Homenaje a Diego Maradona: cómo quedó el altar en la cancha de Argentinos
Cuatro días después de la muerte del ídolo futbolístico siguen los homenajes y la gente deja cartas, flores y camisetas

Por Gabriela Granata
Tienen menos de 10 años, nunca lo vieron jugar, pero se toman fotos con una devoción como si fuera su compañero de aventuras cotidianas. Los niños y niñas son protagonistas de las visitas constantes al improvisado santuario sobre la calle Boyacá, uno de los accesos al estadio de Argentinos Juniors, donde comenzó a jugar Diego Maradona en forma profesional.
"No lo conocía, pero yo le conté quién era", explica una mujer que no debe pasar los 35 años sobre la visita guiada al paredón de Boyacá con su hijito de 4 años. Del otro lado del mural, una niña de vestido floreado se para a mirar los detalles de esa pared un poco descascarada y descuidada por la intemperie que ahora es lugar de peregrinación.
El miércoles 25 de noviembre a la noche se abrió el acceso al estadio para que los miles que se habían congregado cantaron su amor y agradecimiento a Diego. Fue una noche de fiesta triste, de pesar fervoroso por todo lo que le había dado al club, al fútbol, a Argentina.

El jueves hubo un desfile incesante de devotos de la figura de Diego. El viernes la razón le emparejó a la emoción. Y desde el club pusieron manos a la obra para montar un techo y proteger los laterales del impresionante mural con el rostro de Diego, que ya estaba tapizado a sus pies con flores, camisetas, velas... Justo antes del tremendo chaparrón del sábado 28, la obra estaba lista.

Con el mural a resguardo por el techo colocado justo antes de la tormenta
Hay pocos policías. Alguno a cien metros de distancia. Pero nadie toca nada. Desde el club se encargaron de levantar la estructura y pintarla, claro, de rojo. Los vecinos se acercan y quitan una vela ya consumida por aquí, o reacomodan una carta pegada a la pared para que quede resguardada.

Los niños y niñas, protagonistas de las mini procesiones para homenajear a Diego
Esa cuadra de Boyacá al 2000, donde la calle ya es más estrecha, los vecinos conviven con las mini procsiones incesantes. Algunos contemplan, otros llora, otros alientan a cantar, quienes pasan en auto tocan bocina y algunos se detienen a mirar esa ceremonia más religiosa que pagana de honrar a quien los hizo feliz en el deporte más popular de Argentina, el ídolo indiscutible del planeta.